Razones para escribir

Nos iniciamos en el mundo de la bicicleta con alforjas en Semana Santa de 2011, con un recorrido desde Valença do Miño hasta Oporto (los pormenores del viaje se pueden ver en http://www.portugalenbicicleta.blogspot.com). En esta ocasión, en julio del mismo año, decidimos repetir Portugal pero en sentido inverso, desde Lisboa hasta Oporto. Para este viaje y por esas casualidades de la vida, contamos con un gran portugués como compañero de viaje, José Saramago, ese hombre especial que a buen seguro no se equivocaba cuando decía que el afecto que los lectores le profesaban era debido a que sabían que no les engañaba, ni cuando escribía, ni cuando hablaba. Arrancamos en Lisboa desde ese olivo centenario traído de su aldea natal, Azinhaga, bajo el que reposan sus restos y llevamos en las alforjas su “Viaje a Portugal” como guía inmejorable y su “Palabras de una ciudad”, esa carta de amor dirigida a Lisboa, donde forjó su pensamiento.

martes, 23 de agosto de 2011

De Ericeira a Lourinha



En principio, la etapa parece no tener muchas complicaciones. Treintaytantos kilómetros paralelos al mar, más o menos. Chus hará la primera parte del camino con nosotros hasta Escravilheira (unos 15 km) y luego,  la relevará Teresa. Aunque el desayuno es a las 8 Chus viene a llamarnos a las 6:40. La hora de diferencia entre España y Portugal tiene la culpa. Lo mismo que nos pasó a nosotros en Valença. Al final el desayuno resulta muy agradable en el patio cubierto del jardín de la casa. Salimos de Ericeira cómodos, por un carril bici que nos va mostrando en sesión continua un Atlántico embravecido, impetuoso, ese mar llamativo y potente que hace las delicias de los surferos que vienen de todas partes a buscar sus olas y de cualquier viajero que quiera disfrutar de las delicias del paisaje marino.
El mar, espectacular, bate con
fuerza en la costa  portuguesa

El viaje resulta entretenido y sin mayor complicación hasta Escravilheira. Allí nos espera Teresa. Dejamos las bicicletas en un restaurante de carretera y, tal como estaba previsto, nos dirigimos en coche a visitar el pueblo natal de Saramago, Azinhaga, a pocos kilómetros. Al llegar, nos paramos a preguntarles a dos paisanas y la cara de desconocimiento que ponen nos desconcierta totalmente. No saben nada de la casa ni conocen al escritor. No puede ser. Tiene que haber algún fallo. Nos paramos y dándole cuatro vueltas lo encontramos. Estamos en otro Azinhaga. Hay dos y estamos en el equivocado. Ni siquiera nos lo habíamos planteado. Nos volvemos con nuestro gozo en un pozo y sin poder apreciar lo que pretendíamos. Retomamos el camino hacia Lourinha, ahora con Teresa bicicleando. Al terminar de subir una cuesta y cuando pensamos que ya falta poco, paramos en unas casas a preguntar y el  hombre nos dice que nos faltan ¡unos 30 kilómetros! ¡No puede ser! ¡Casi como si estuviésemos empezando! Pensamos que tiene que haber un error y continuamos otros cuantos kilómetros. Al llegar a A dos cunhados preguntamos de nuevo en una tienda. Las dependientas, muy atentas, lo buscan en internet y el veredicto de san Google Maps sentencia que ¡nos quedan 14,2 kilómetros! Dudamos si en algún momento nos habremos desviado y hecho kilómetros de más porque se nos hace eterno.

Saramago (también en esto) nos da alguna clave al respecto. Saca a relucir  el gran conocimiento que tiene de su tierra cuando asegura “que estos caminos están medio locos, que se lanzan en grandes propósitos de servir todo cuanto por aquí es pueblo, grande o pequeño, pero no van nunca por lo más corto, se distraen con un subir y bajar de colinas”. Una vez aprendida la lección apretamos los dientes y nos dedicamos otra vez a pedalear, otra vez a subir y bajar colinas rumbo a Lourinha. Al salir de Maceira, un pueblo chiquitín, y a la vista de una subida imponente, decidimos echar pie a tierra y parar un momento a respirar y a refrescarnos.

Entramos en  un bareto pequeño que atiende una señora encantadora, que nos habla de los refranes que salpican las paredes del local, de lo saludable que es la guindilla y de la forma adecuada de dar las gracias en portugués, entre otras cosas. Nos regala unas ciruelas, unos cacahuetes riquísimos y unas habas picantes fritas, hechas por ella. Un cliente nos dice que nos quedan unos 8 kilómetros: Uno y medio de subida hasta Ribamar y luego ya todo bajada continua hasta Lourinha. El momento agradable que hemos pasado en el bar hace que salgamos animados del establecimiento, pero nuestro contento se aplana al instante a la vista de la terrible subida que nos espera. Nos retorcemos como podemos unos cientos de metros sobre el sillín, pero pronto agarramos la bici del ramal hasta llegar a la cima. Por suerte, en lo  alto comprobamos que el hombre del bar no nos había engañado. La bajada es placentera y larga. Nos hacemos una foto en el cartel de entrada al pueblo. La bici marca 48 kilómetros. Bastantes más de lo previstos inicialmente.

Por suerte el Residencial Figueiredo en el que nos alojamos nos parece una maravilla. Es poco más que una casita en las afueras del pueblo. Un lugar acogedor, bien cuidado, apacible, agradable y con una piscina de agua caliente de la que disfrutamos con placer (Largo Mestre Anacleto Marcos da Silva. Tel 261422537. Habitación doble con desayuno: 45 €). Nos damos un paseo por el pueblo. Podemos apreciar en la plaza el sobrio pero llamativo convento de Santo Antonio, declarado Monumento Nacional, pero es tarde para visitar la Santa Casa da Misericordia que nos había recomendado Saramago y el Museo, que es conocido por poseer una gran colección de fósiles de dinosaurios. Cenamos estupendamente y a buen precio en un bar detrás del ayuntamiento y frente al mercado, A Tasca do Joao (rúa Porto Carro nº 31). Dos raciones de frango, dos de bacalhau, ensalada, una botella de agua y otra de vino, 25,50 euros. Rematamos con un helado en la plaza del pueblo.

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